En marzo de 2023, durante un viaje escolar a Benalmádena (Málaga), un menor valenciano de 13 años fue víctima de una agresión sexual en grupo perpetrada por varios compañeros de clase. A más de dos años de los hechos, el caso conocido como ‘la manada de Valencia’ sigue removiendo las conciencias de padres, educadores y la sociedad en general.
Lo que comenzó como un episodio silenciado dentro de los muros de un colegio concertado del centro de Valencia, ha evolucionado en un símbolo de cómo el acoso y la exposición temprana a la pornografía pueden converger en actos de violencia devastadores.
Pero más allá del horror de los hechos (violencia física, coacción sexual, masturbación grupal y vejaciones a manos de compañeros de clase), lo verdaderamente perturbador es lo que revela sobre el presente de la infancia y adolescencia. Para el psicólogo y profesor de la Universidad Católica de Valencia (UCV) José Vicente Esteve, este caso no es solo una aberración individual, sino el reflejo de una transformación social profunda: «Los niños siguen siendo niños, pero con un acceso a herramientas que antes no existían. Y eso amplifica tanto el bien como el mal”.
El caso de ‘la manada de Valencia’ ocurrió entre alumnos de 2º de la ESO y solo ha tenido una acusación formal por parte de la Fiscalía de Menores. A día de hoy, el colegio implicado sigue permitiendo la asistencia de los presuntos agresores, mientras que la víctima y sus hermanos fueron trasladados de centro. La indignación crece, pero también lo hace la necesidad de comprender qué hay detrás de este tipo de violencia entre menores.
Una infancia expuesta a la pornografía
Para Esteve, el acceso precoz a la pornografía es un elemento clave en casos de agresiones en manada: «La pornografía no es que la busquen los niños, es que los algoritmos hacen que la pornografía los busque a ellos». El experto cita estudios que sitúan en 14 años la edad media de acceso a estos contenidos en España, aunque hay reportes de contacto desde los ocho años. «Y no tienen la estructura cognitiva ni moral para procesar lo que ven. Lo consumen entre risas y complicidad, sin entender realmente el universo simbólico que hay detrás», advierte.
La pornografía, explica el experto, no educa, no forma moralmente; es un producto diseñado para retener la atención. «Y si no les damos herramientas para interpretarlo, lo harán desde el impulso, no desde la empatía», resalta. Además, Esteve va más allá: «No estamos hablando solo de educación sexual, estamos hablando de ética, de la capacidad de distinguir el bien del mal«.
Del acoso al abuso sexual: el bullying que muta
El caso del menor valenciano violado en manada revela una nueva forma de violencia escolar: el uso del abuso sexual como forma de acoso y control. La víctima había sufrido burlas, humillaciones, aislamiento y mensajes pornográficos previos al viaje. «Esto ya no es solo bullying clásico», dice Esteve, «es una forma de dominación que utiliza la sexualidad como arma».
«La violencia ejercida por menores no es anecdótica ni puede excusarse como ‘cosas de niños’. Es intencional, instrumental y busca el sometimiento del otro», explica el experto. Por eso insiste en que los hechos deben denunciarse, no minimizarse. «Estamos hablando de una cuestión de dignidad humana, es decir, de vulneración de derechos básicos, de atentados», resalta. «Si fuese mi hija o mi hijo, yo lo que haría inmediatamente es ponerlo en conocimiento de la inspección educativa e inmediatamente después a la Fiscalía de Menores».
Esteve remarca que hechos como el de la manada de Valencia «son atentados». «No son cosas de niños, son atentados que marcan para toda la vida», denuncia. «A largo plazo, el daño sobre la víctima va a ser bastante brutal. Muchas veces, estas personas llegan a los 40, 45, 50 años y todavía tienen las heridas abiertas. En la universidad lo vemos enseguida».
El silencio como cómplice de las agresiones en menores
Uno de los aspectos más preocupantes del caso de la manada de Valencia es el tiempo que transcurrió en silencio. La víctima no habló durante dos meses hasta que colapsó y fue diagnosticado con un trastorno de estrés postraumático y amnesia disociativa. «El silencio es parte del sistema», advierte Esteve.
En el bullying, como en la violencia de género, se crea una red de miedo y silencio que inmoviliza a la víctima. «Si te chivas, eres un cobarde y te vamos a pegar y vas a pagar, que en este caso (en referencia a la manada de Valencia), sucedía esto», recuerda el psicólogo de la UCV.
Además, remarca que el niño nunca se lo va a contar a los profesores porque «hay una red de miedo». «Es un fenómeno muy similar a la violencia de género. Se crea una red de silencio y esa red de silencio lo que hace es vulnerabilizar más a la víctima».
Por otra parte, recalca que la respuesta institucional tampoco ha sido ejemplar. Solo uno de los menores investigados ha sido acusado, dos fueron declarados inimputables por edad y otros dos no declararon. El colegio implicado, pese a haber sido señalado como responsable civil por un auto judicial, ha permitido que los agresores permanezcan escolarizados y participen en excursiones.
Esteve remarca que, además, siempre es la víctima quien termina yéndose del colegio y nunca el agresor. «Esto es muy curioso. Muy curioso desde el punto de vista de la equidad, la justicia, la igualdad. Porque en todo caso tendría que ser el agresor», señala. El psicólogo también denuncia una tendencia institucional a negar los problemas: «Aquí no pasa. En este centro no pasa. Esa es la narrativa que protege al agresor y revictimiza al dañado».
¿Qué hacer como padres de agresores y agredidos?
La entrevista en Noticias Comunidad Valenciana deja una reflexión poderosa: tanto si tu hijo es víctima como si es agresor, hay una responsabilidad ineludible. «Si tu hijo ha sido agredido, debes generar un clima de confianza. Si no te lo cuenta, es porque no se siente seguro contigo», recalca. Por el contrario, si tu hijo es agresor, Esteve admite que los padres tienen «un problemón».
«Los adultos tenemos que tener los ojos súper abiertos», recomienda. También destaca la necesidad de buscar indicios como la depresión o las bajadas de rendimiento académico pues señala que aproximadamente un 10% de las agresiones se producen por temas de notas: «¿Por qué eres mejor estudiante que yo? ¿Por qué? Entonces lo atacan. ¿Cuál es la reacción de la víctima de esa red? Bajo inmediatamente mi rendimiento académico, a ver si así olvidan de mí».
En cuanto a la parte de los agresores, Esteve explica que los padres o tutores tienen un problema «porque tu hijo es capaz de ejercer violencia para conseguir un objetivo y eso más pronto o más tarde va a salir en el hogar. El día que le digas deja el móvil
porque vamos a cenar, esto va a salir. Se ha aprendido».
La escuela: entre la prevención y la ceguera
El colegio valenciano implicado en el caso de la manada aseguraba tener desde 2019 un protocolo de prevención de abusos. Sin embargo, para Esteve, este es un punto crítico: «No basta con protocolos en papel». La prevención real, según explica, pasa por tener los ojos abiertos, detectar señales: bajada de notas, retraimiento, cambios de humor. Hay que poner atención donde ponemos energía».
Y, sobre todo, actuar: «A veces las soluciones que se proponen son que la víctima y el agresor se den la mano como buenos amigos. Eso es revictimizar. Hay que confrontar al agresor con la realidad, con las consecuencias de sus actos. Solo así se produce desarrollo moral».
«Hay que intervenir inmediatamente. ¿De qué manera se puede intervenir en una situación así? Confrontarlo con la realidad. Hacerle que se responsabilice. Lo mismo que nos dice la ley de responsabilidad del menor, de penal del menor, pero aplicado a lo social, evidentemente», resalta.
Esteve recuerda que el desarrollo moral no ocurre por maduración natural. Ocurre cuando hay conflicto, disyuntiva, cuestionamiento. «La adolescencia es la etapa en la que empiezan a operar con pensamiento abstracto, pero no tienen la experiencia ni los filtros adultos. Ahí es donde más cuidado hay que tener con lo que consumen, con lo que normalizan».
Las redes sociales, la pornografía, los videojuegos… todo influye, pero no de forma automática. «La influencia existe, pero depende del contexto, del acompañamiento, del sistema de valores que tengan como ancla», señala. Y recuerda un hallazgo importante: cuando la familia acompaña en el uso digital, los efectos son positivos pues mejora el pensamiento, la socialización y el control emocional.
¿Qué tipo de adultos estamos formando?
La pregunta que Esteve lanza hacia el final de su intervención es quizás la más esencial: ¿Qué tipo de personas queremos formar? Porque esa respuesta debería guiar la forma en que educamos hoy.
Ni apocalípticos ni integrados, dice, en referencia a Umberto Eco. Ni negar el mundo digital ni entregarnos sin juicio a él. La virtud, como decía Aristóteles, está en el punto medio. Y ese equilibrio se consigue desde la sensatez, no desde el miedo ni la negación.
En este momento de convulsión continua, con redes sociales al rojo vivo y algoritmos diseñados para enganchar, el mayor riesgo no es el contenido, sino la ausencia de una guía moral. Porque, como concluye el psicólogo: «No podemos prohibir las pantallas y esperar lo mejor. Si no educamos para manejar la realidad digital, los resultados serán peores y ya estamos viendo sus consecuencias».