Gastronomía, memoria y vocación de barrio. Estas son las premisas de partida de Mercader, un proyecto de hostelería y ocio muy singular con el que Grupo Mercabanyal ampliará próximamente su presencia en los Poblados Marítimos de Valencia, abriendo por primera vez al público un edificio que ha formado parte del paisaje industrial y arquitectónico de la ciudad desde hace un siglo.
Mercader surge tras la recuperación y rehabilitación de la antigua Tonelería Soler, una fábrica de principios del siglo XX situada en el último tramo de la avenida Blasco Ibáñez, justo en el arco de entrada al barrio del Cabanyal.
El próximo viernes 26 de mayo, los valencianos y visitantes de la ciudad podrán acceder a este nuevo enclave que abarca un dinámico “mercado de cocinas”, con paradas y barras orientadas al producto local y de temporada, y un restaurante de carnes selectas con cortes especiales y servicio en mesa.
Con Cerveza El Águila como principal compañero de viaje, Mercader reunirá además las nuevas propuestas de varios reconocidos hosteleros valencianos que han adaptado su concepto a la oferta de este mercado.
La propia configuración arquitectónica de Mercader, con distintos espacios conectados entre sí por un precioso patio adoquinado y un jardín, permitirá reproducir la atmósfera bulliciosa de los mercados de barrio de toda la vida, con una oferta gastronómica muy variada que llenará de vida este rincón de la fachada marítima desde la mañana hasta la noche, todos los días de la semana.
MEMORIA PATRIMONIAL Y VALOR ETNOGRÁFICO
Mercader será algo más que un espacio gastronómico. Desde los inicios del proyecto, José Miralles y Hugo Sánchez Cerverón, propietarios de Grupo Mercabanyal, han tenido claro que la intervención sobre este conjunto arquitectónico, situado en el número 16 de la calle Joan Mercader, debía respetar las huellas de su pasado. No sólo en lo que respecta a la protección de su característica fachada industrial de ladrillo, sino también a su interior, que alberga dos naves longitudinales paralelas (el Mercado de Cocinas y El Taller) en torno a un patio central que conecta con un jardín trasero.
Separado apenas unos metros de la antigua fábrica de El Águila, este enclave de cerca de 900 metros cuadrados de superficie se dedicó entre 1930 y la década de los noventa a la fabricación de toneles para el envase y transporte de bebidas.
En este sentido, al valor patrimonial del edificio se le suma el interés etnográfico, puesto que sus instalaciones albergan numerosos elementos decorativos y de maquinaria como testimonio excepcional de la tradición industrial valenciana. Esto ha hecho que un eje clave de la intervención consistiese en devolver el esplendor de antaño, con el máximo respeto, a unos de los últimos rincones que todavía permanecían intactos en el barrio.