Bailó Boateng sobre el verde de Montilivi una danza tribal como si tratara de ahuyentar y desterrar espíritus no deseados. El aspecto no está exento de trascendencia por lo que significó. Movió el esqueleto el atacante africano como muestra de felicidad y de dicha mientras buscaba la complicidad del grupo. Boateng enterró una especie de anatema que amenazaba con cercenar el ánimo de los delanteros azulgranas en el capítulo inicial de la competición. Su clarividencia fue absoluta para convertir en gol un pase filtrado de Morales. No le tembló el pulso en la ejecución al ariete. Mientras ajustaba el balón a sus botas observó con el rabillo del ojo los movimientos desesperados del cancerbero local. La calidad del control compendió la diana. No había tiempo para pensar en exceso. Todo fue veloz. Desde la orientación del control hasta el golpeo. Su instinto y su capacidad de supervivencia bastaron para quebrantar una maldición. Escogió un toque a medio camino entre la seda y el terciopelo para batir al arquero de la escuadra catalana.
El Levante recuperó, en el formato de la Copa del Rey, la emoción que deriva de la victoria. La cuestión tampoco resulta secundaria por la magnitud que adquiere. Cualquier muestra de valor y de fortaleza es bienvenida en un recorrido profundo y repleto de maleza. El colectivo azulgrana se dio un baño de autoestima ante un igual con el que está compartiendo experiencias en el campeonato de la regularidad. Quizás haya lecturas más profundas que se puedan acentuar del triunfo ante el Girona que aclara la eliminatoria de los dieciseisavos de Final, si bien la disciplina del fútbol suele castigar con saña a aquellos que caen presos de la autocomplacencia. Desde ese perspectiva, quizás lo mejor no fue el triunfo, sino la lealtad inquebrantable a una doctrina. Al significado del gol del futbolista con pasado en la Liga portuguesa, habría que añadir la imagen pétrea y homogénea evidenciada por un bloque con variaciones sustanciales con respecto al once que el pasado sábado midió sus fuerzas a las del Getafe en el Ciutat en el universo de LaLiga Santander.
El hecho resalta la energía y consistencia de la filosofía impuesta por López Muñiz. Varía el paisaje dispuesto sobre la superficie del pasto, pero se mantiene una idea y una identidad conseguida a base de trabajo. Cambian los roles de los protagonistas, pero siempre pervive la esencia de ese espíritu gremial que caracteriza al equipo azulgrana desde el aterrizaje del preparador asturiano. El discurso es irrenunciable. No muta. Los enfrentamientos de Trofeo del K.O conllevan un carácter de reivindicación entre sus componentes. Es una característica que singulariza a la competición más añeja del calendario futbolístico nacional. En ese sentido, el Girona y el Levante fueron deudores de ese postulado. Los dos técnicos agitaron con virulencia el banquillo en busca de nuevas soluciones y de nuevos caminos por los que adentrarse. La Copa del Rey como un ensayo para la Liga; como una fórmula válida y autorizada para rastrear alternativas y vías por las que profundizar.
Es otra de las interpretaciones dispuestas tras la batalla en noventa minutos de juego. Desde el prisma granota, el encuentro mostró al mundo jugadores con menor presencia, en cuanto a minutos materializados, pero con capacidad para presentar y sumar nuevos argumentos sobre el verde. Doukouré, Cabaco, Boateng, Oier, Shaq, Samu o Lukic confirmaron este extremo con actuaciones convincentes. El partido demostró que el fútbol es pendular. Sufría el Levante cuando apareció Boateng para adelantar a las huestes levantinistas. La acción fue un evidente arquetipo de la intención que debe imperar al construir un contragolpe. Bardhi domesticó el esférico en la línea de medios. La presión y el fútbol atrevido planteado por el Girona dejaba espacios por gobernar. Por allí se coló Morales para asociarse con Boateng.
El jugador madrileño escondió el esférico para mostrarlo cuando ya todo estaba perdido para el conjunto local. El atacante ghanés no erró. Y pudo repetir en una jugada gemela. Morales realizó una maniobra de distracción y Boateng volvió a enfrentarse a Bono, aunque el guardameta tiró de reflejos para sacar una mano extraordinaria. Oier tomó el relevo en el nacimiento de la reanudación. Su respuesta al remate de Ramalho resultó exquisita. El Girona no renunciaba al partido. Su rebeldía le acercó a los dominios del meta vasco. Y Olunga rozó el gol, pero fue Cheick Doukouré quien aclaró el enfrentamiento con un certero cabezazo. Del marfileño se acentuó su condición de Box to Box; su capacidad para dominar un amplio espacio de campo y para conquistar por sorpresa el área contraria. Fue el tipo de partido que realzó sus caracteres. El gol aletargó al Girona y pone en franquicia la eliminatoria para el Levante.