Tristemente vivimos en una sociedad en la que antes de decir que eres feminista te sientes obligado a hacer una pausa y pensar bien la respuesta, porque por infortunio el término ha venido siendo objeto de una vil y mal intencionada politización que a la postre ha desdibujado un movimiento que nació partiendo de una causa justa y solemne acorde con los valores liberales del siglo XX.
Me parece sugestivo escribir en estas fechas sobre un tema del que creo que hace falta hacer una profunda pedagogía en nuestro país. Consciente de que se trata de un tema áspero, me gustaría dejar claro que este artículo se trata de una comparación entre el feminismo liberal que llevó a las mujeres a la práctica igualdad de derechos, y ese feminismo que defiende la progresía nacional que tiene como gran logro la ya famosa ley del “sí es sí”, de la cual intuyo que nadie se llevaría a spoiler si profundizáramos en los efectos nocivos que tuvo para la mujer en nuestro país.
El dilema no está ya en la apropiación que ha hecho la izquierda con el feminismo, sino en la mutación que ha sufrido en estos tiempos modernos. Lo que se ha hecho desde ciertos sectores mal llamados feministas es una exclusión paulatina de parte de la sociedad, con un objetivo claramente electoral que pretende darle al feminismo una naturaleza de clase, de movimiento común, de lucha. Esto resulta antagónico a lo que significó el feminismo denominado liberal, el original, que se fundamentaba en la individualidad de la mujer para tomar sus propias decisiones, para alcanzar sus propias metas y para tomar las riendas de sus vidas, sin que ningún movimiento le diga lo que tiene que pensar o hacer.
Cuanto más se incrementa la necesidad electoral de la izquierda, mayor se hace esa alteración del término, reduciendo cada vez más la racionalidad en sus planteamientos , como enseñar matemáticas con “perspectiva de género” o priorizar a la mujer en ciertos derechos y libertades. La criminalización del hombre presentándolo como un ser machista por naturaleza es tan antinatural como usual en estos tiempos, sin dejar de llamar la atención que cuando una violación la lleva a cabo una persona inmigrante el silencio de la izquierda es sepulcral, una muestra más de ese feminismo de fachada.
Feminismo no es eso, feminismo es situar a la primera presidenta del congreso Luisa Fernanda Rudi (PP) o a la primera presidenta del senado Esperanza Aguirre (PP) , también primera presidenta de una comunidad autónoma en la historia. No solo en España, tenemos la referencia de Margaret Tatcher en RU o la conservadora Margaret Chase Smith, primera candidata a las primarias para presidenta de un gran partido en EEUU en 1964. No es baladí la aprobación del sufragio femenino, impulsado por Clara Campoamor en 1931 mientras la izquierda ponía palos en las ruedas. El conservadurismo siempre ha sido baluarte de la igualdad entre hombre y mujer y no al revés, incluso con antelación a la izquierda.
La derecha erróneamente se ha dejado aleccionar por la izquierda en esta cuestión, y en mis convicciones está el pensar firmemente que la solución no está en desdeñar el término feminista como si fuese la peste, como algunos hacen, sino luchar dentro del propio concepto para revertir esa “izquierdización” nauseabunda que se ha hecho de algo tan noble como es el reconocimiento a años de lucha en tiempos difíciles de mujeres liberales, fuertes y vehementes. Para fortalecer una causa hay que sumar gente a ella, no expulsarla, que es justamente lo que se consigue con estos planteamientos.