Dos días de lluvias intensas se produjeron en Valencia en 1957. Unas lluvias que descargaron 500 litros por metro cuadrado en municipios próximos a la capital como Buñol y que presagiaban la peor de las consecuencias: el desbordamiento del río Túria y que atravesaba la ciudad hasta en dos ocasiones, siendo la segunda la que dejó anegada toda una ciudad. Las calles de Valencia quedaban hundidas bajo las aguas de un río que necesitaba más espacio por la fuerte riada.
Las inundaciones, que todavía perduran en la memoria colectiva de toda una generación de valencianos, se cobraron 81 vidas. Todavía hoy quedan vestigios de aquella riada en muchos puntos de la ciudad donde se encuentras señales que atestiguan la gran catástrofe que allí sucedió. Marcas que señalizan con precisión los puntos que alcanzó el agua. Signos que recuerdan la tragedia de una ciudad que no ha podido olvidar los duros momentos que allí se vivieron.
El centro de Valencia tenía el aspecto de un océano. Un océano que en cuestión de minutos se había tragado una ciudad que yacía bajo sus aguas. La grandiosidad que la urbe había exhibido durante su historia se había quedado en nada ante la virulencia del Túria. A partir de la catástrofe, el cap i casal comenzó a experimentar un cambio para evitar episodios similares. Los valencianos vivían con el temor de que el río Túria volviese a enfurecer y necesitaban vivir tranquilos sin tener que estar mirando al cielo continuamente.