Cinco años desde una pandemia que nos cambió la vida: de celebrar Fallas al confinamiento

El 11 de marzo de 2020, la Organización Mundial de la Salud declaraba oficialmente el COVID-19 como una pandemia global. Lo que comenzó como un brote en la lejana ciudad de Wuhan terminó transformando por completo nuestra vida cotidiana. Cinco años después, es inevitable mirar atrás y recordar aquellos días de incertidumbre, miedo y esperanza, especialmente en Valencia y la Comunidad Valenciana, donde la pandemia dejó una huella imborrable.

El 10 de marzo de 2020, Valencia vivía un momento insólito: por primera vez en la historia reciente, se suspendían las Fallas a pocos días de su celebración. La noticia cayó como un jarro de agua fría sobre los falleros y sobre toda la ciudad, que veía cómo su fiesta más emblemática quedaba en suspenso ante una amenaza invisible. Hacía pocos días que se habían detectado los primeros contagios en la ciudad, un partido de fútbol del Valencia CF contra el Atalanta había sido la causa.

Apenas unos días después, el 14 de marzo, España entraba en estado de alarma y comenzaba un confinamiento sin precedentes. La Plaza del Ayuntamiento quedó vacía, las mascletaes enmudecieron y las calles se llenaron de un silencio solo roto por los aplausos a los sanitarios a las ocho de la tarde.

Los pacientes con coronavirus llegan a los gimnasios de los hospitales
Un médico atiende a un enfermo de coronavirus en un hospital. / Europa Press

El impacto sanitario y social

La Comunidad Valenciana no fue ajena al duro golpe sanitario que asestó el virus. Los hospitales se vieron desbordados en las primeras olas y los sanitarios lucharon en primera línea contra una enfermedad que, en sus primeras fases, apenas se comprendía.

Se comenzó la construcción a marchas forzadas de hospitales de campaña y las calles se militarizaron para impedir los desplazamientos.

Una sanitaria que fue de las primeras en realizar pruebas de COVID-19 en la Comunidad Valenciana relata a 7teleValencia cómo vivió los primeros meses de la pandemia. «Empecé en febrero con la gente que venía de Milán, valencianos que habían ido al partido de fútbol, y comencé a hacer las pruebas en sus casas», recuerda.

«La situación era caótica», asegura. Por entonces, durante los primeros días, las muestras se enviaban para analizar a Madrid y el proceso de transporte era un desafío logístico. A pesar de la incertidumbre y el miedo, tanto ella como su equipo tuvieron que asumir la responsabilidad y seguir adelante: «Era bastante duro porque no podía delegar ese trabajo.

A nivel económico, sectores clave como la hostelería, el turismo y el comercio sufrieron cierres prolongados y restricciones que pusieron en jaque a miles de negocios. Las ayudas gubernamentales y los ERTE fueron una tabla de salvación para muchos trabajadores, pero la recuperación fue lenta y desigual.

La resiliencia de una sociedad que se reinventó

A pesar del sufrimiento, la pandemia también sacó a relucir la capacidad de adaptación y solidaridad de la sociedad valenciana. Empresas que antes fabricaban otros productos empezaron a producir mascarillas y gel hidroalcohólico. Se reforzó el apoyo mutuo, con redes vecinales de ayuda y voluntarios llevando alimentos a quienes más lo necesitaban.

Vacunación masiva en el punto habilitado en la Ciudad de las Artes y las Ciencias

El teletrabajo y la digitalización avanzaron a marchas forzadas, cambiando la forma de trabajar y comunicarnos. La educación tuvo que adaptarse a un modelo online de emergencia, con sus luces y sombras, y la tecnología se convirtió en el gran aliado para mantener el contacto en los momentos más duros del aislamiento.

Cinco años después: lecciones y cicatrices

Hoy, cinco años después, la pandemia ha quedado atrás en muchos aspectos. Las Fallas regresaron con más fuerza que nunca, simbolizando la resistencia y el deseo de recuperar la alegría. La sanidad ha mejorado en algunos aspectos, pero también ha dejado al descubierto carencias estructurales que siguen siendo un reto pendiente.

A nivel emocional, el COVID-19 nos dejó cicatrices invisibles: la pérdida de seres queridos, la ansiedad derivada de la incertidumbre y la sensación de fragilidad ante un mundo que puede cambiar de un día para otro. Pero también nos enseñó la importancia de la comunidad, de la ciencia y de la capacidad de sobreponernos a la adversidad.