Quizás entre la frustración que genera conjugar con la derrota y su antagónico; es decir, la euforia que conlleva el triunfo haya un punto que, no resulta equidistante, con el que hay que saber convivir. Quizás la máxima pueda aplicarse al Levante. Después de un arranque de la competición más que notable, con convincentes ejercicios de fe ante clubes del perfil del Real Madrid, Valencia o Villarreal, llegó la primera parada de la temporada. Aconteció en el feudo del Benito Villamarín, un estadio de dimensiones colosales que ruge con potencia y también con distinción, como si ese el eco de ese fornido bramido tuviera un efecto de desarticulación sobre la conciencia de los oponentes que pisan su césped, en dieciocho minutos que convulsionaron a la escuadra granota. Fue como un terrible azote de consecuencias letales ante la magnitud y la impronta del ataque emprendido por las huestes que prepara Quique Setién. El espíritu inquebrantable que caracteriza al colectivo levantinista se resquebrajó en mil pedazos. Sucedió que Sanabria cerró una colada por la banda derecha de Sergio León con un cabezazo inapelable. Fue en el primer minuto del capítulo final. Los guantes de Raúl no pudieron amortiguar la virulencia del remate del atacante de origen paraguayo.
Posiblemente el Levante no lo intuía, pero la diana marcó una catarsis profunda en el sentido que presentaba la confrontación. Fue el principio del fin. Una especie de nebulosa se instaló sobre el grupo de Muñiz. Prácticamente sin solución de continuidad, Fabián castigó la integridad del marco blaugrana. Y Sergio León se sumó a los fastos con la conquista de la tercera diana para desactivar el enfrentamiento y la lucha de pareceres que se intuía sobre el verde a tenor de la evolución del primer episodio del encuentro disputado en tierras andaluzas. Es posible que el Levante condesará lo mejor de su juego en ese intervalo de la concentración. Durante los cuarenta y cinco minutos iniciales fue capaz de negar a un Real Betis en estado de euforia como secuela de la brillante victoria conquistada en el feudo del Santiago Bernabéu. La pasión es uno de los componentes que conceden singularidad a la afición bética. Su fidelidad resulta inquebrantable. Encarna el símbolo de la resistencia. Y hay ganas de fútbol y de volver a sentir emociones fuertes en el viejo estadio de Heliópolis después de un período de carestía.
Respondía la masa social local entregada a la causa verdiblanca cuando surgieron las dudas iniciales. Morales se plantó en las inmediaciones del área bética. La acción vertiginosa y veloz concluyó con el Comandante en el suelo. El Benito Villamarín cayó preso del silencio y de la incertidumbre mientras Bardhi acomodaba el cuero con mimo. Como acontece en la lucha que mantienen las dos representaciones sobre el verde, Bardhi genera sensaciones antagónicas cuando patea los lanzamientos francos. No obstante, el centrocampista macedonio después de colocarse el disfraz de héroe durante las semanas anteriores demostró que también es humano. Su disparo chocó en la tupida barrera que trataba de resguardar la meta local. El Levante emergió sin complejos. Y mantuvo ese postulado durante el primer tiempo. A base de disciplina y de rigor fieles a la metodología propuesta por Muñiz fue desnortando y empequeñeciendo a su rival.
Guardado y Fabián apenas tenían incidencia en la elaboración colectiva del juego. Desactivada la zona de creación, se abría un territorio ingobernable para los atacantes. Joaquín no mostraba esa mirada asesina que le caracteriza, pese al dictamen de un DNI que adquiere profundidad por la sucesión de ejercicios consecutivos entre las trincheras de la elite y Sanabria y Sergio León no encontraban argumentos para expresarse con persuasión. La ansiedad parecía apoderarse de la escuadra propietaria del Villamarín. El Levante resistía con relativa solvencia. Su organización era exquisita. No se desplomaba. Los jugadores locales con capacidad para imaginar desde la oscilación estaban en letargo. Los delanteros trajinaban por zonas inocuas del césped. Sus botas estaban en barbecho. El Betis no encontraba resquicios por lo que colarse.
La sospecha se instaló en el entorno del bloque que prepara Quique Setién. Y la sospecha genera dudas. Y estas aumentaron conforme se sucedían el tiempo inicial. El Levante entretejió una tupida red en la medular que engulló a su oponente. Quizás la lacra que mancillara el discurso granota fue la incapacidad para asociarse con la clarividencia evidencia durante otras jornadas. En ese sentido, Campaña y Bardhi no capitalizaron la atención. El Betis se manifestó con la furia de un ciclón devastador durante la reanudación. Sanabria abrió la veda. En esa fase cercenó para aniquilar las aspiraciones foráneas. Entre el gol de Sanabria y el de Sergio León, con la aportación de Fabián, no medió un abismo temporal excesivamente prolongado, el intervalo fue de hecho corto, pero duradero en su manifestación por su intensidad y la dureza del golpeo. El gol de Fabián cortocircuitó al Levante. Esa fiereza hizo claudicar a un bloque que se había comportado en fechas anteriores mostrando un espíritu incorruptible. Finalmente, el Real Betis infligiría la primera derrota de la temporada al Levante UD.