El fútbol, en muchas ocasiones, determina paradojas que están estrechamente relacionadas con el marcador definitivo del encuentro. Quizás aconteció sobre el verde del Ciutat. Una de las versiones más corales y enérgicas del Levante, en condición de local, marchó al vestuario invadido por la tristeza y por la melancolía tras la victoria conquistada por las huestes gallegas. Desde el prisma contrario, una de las versiones más discretas y menores del Real Club Celta salió de los muros del Ciutat feliz tras conquistar un botín excesivamente preciado, si se analizan con cierto detalle los hechos desarrollados sobre la faz del coliseo del barrio de Orriols en sesión matinal. La disciplina del balompié puede ser despiadada en la manifestación de sus emociones. El fútbol no sabe de códigos de honor. Ni de comportamientos honerosos. Tampoco de sentimientos. Premia la efectividad que establece la acción del gol. En ese sentido, un latigazo de la dupla inegrada por Iago Aspas y Pione Sisto bastó para dinamitar y hacer saltar en mil pedazos el corazón del levantinismo. El Levante merodeó el área defendida por Rubén Blanco, pero la suerte le fue esquiva.
Se sabía del veneno que desprenden las botas de Iago Aspas. Es uno de los factores diferenciales del fútbol del Celta. La sociedad que efectuó con Sisto fue letal. La escuadra viguesa tiene diamantes en la zona más concluyente de la superficie del verde. Se trata de una de las señas identificativas de sus caracteres cuando se posicionan sobre el verde. En su ideario surgen sendas máximas que se encadenan; aletargar el juego con un ritmo lento y pausado de toque, como si el campo se convirtiera en un espacio para efectuar un rondo de gigantescas dimensiones, para vencer a su oponente y tratar de agitar su juego cuando se acercan al área contraria. No hay excesivos reproches que realizar al tipo de propuesta ejecutada por la sociedad que ejercita Muñiz desde el banquillo. La grada del Ciutat así lo manifestó cuando concluyó la cita. La derrota no nubló su memoria. Las palmas premiaron un esfuerzo al final sin ningún tipo de recompensa.
Hubo variaciones sustanciales respecto al formato exhibido en la Copa del Rey. Había músculo en la medular granota con la aparición de Doukouré y Lerma. Campaña aparecía más liberado para ejercer de ligazón con los atacantes. Doukouré puede llevar a la confusión. No es un mediocampista que hace del físico su principal blasón. Hay imaginación en el interior de su cabeza y determinación cuando entra en contact con el balón. Y no duda en asomarse al balcón del área contraria. De hecho, rozó el gol en el arranque del segundo acto y sufrió los embates de la defensa gallega en un penalti que el colegiado no observó. El gol de Sisto no bloqueó las constantes azulgranas. Quizás fuera la única ocasión del encuentro en el que el Celta conjugó con el vértigo. El Levante no claudicó ante el golpe. En realidad, fue una constante durante el choque. El colectivo encontró las respuestas que demandaba la confrontación, aunque estuvo huérfano de gol. El Levante madrugó para posarse con convicción sobre el verde.
El bloque no titubeó en su puesta en escena. No era un equipo de espíritu timorato. Ni de alma atribulada. El mensaje que envíaba era claro; el Levante no se dejaba intimidar. Quería el partido y el protagonismo. Sus movimientos y la toma de sus decisiones eran persuasivas. El Levante era un equipo atrevido e intenso en sus ejecuciones. La solidaridad era un axioma incuestionable para tratar de ahogar la salida diáfana del Celta desde atrás. La presión llegó a ensombrecer la mente de los pupilos de Unzue. Sus dudas se materializaron en un par de lances ante el rugido de la masa social de Orriols. Boateng probó los reflejos del meta gallego en el amanecer del duelo con un cabezazo que acabó en saque de esquina. La potencia de su salto le permitió rescatar infinidad de balones que sobrevolaban el cielo de Orriols para dominarlos.
El atacante de origen ghanés, titular en las postreras semanas, volvió a enfrentarse al arquero celeste en la reanudación. El gol se resistía. En ese instante, Muñiz había refrescado el once con la inclusión de Jason por Campaña en busca de mayores argumentos ofensivos. El Levante maniató a su oponente en esa fase del enfrentamiento. Fue un equipo equilibrado con tendencia a explorar con éxito los costados. Por afuera se movió con soltura. Coke y Luna llegaban a la línea de fondo. Con las alas totalmente desplegadas fue acumulando ocasiones de gol. El Celta perdió la compostura y el orden, pero no la ventaja en el marcador, pese a las ocasiones generadas por el Levante. Morales, Boateng y Coke sintieron los despiadado que puede llegar a ser el fútbol.