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Quizás la atmósfera gestada parecía la más propicia para pensar en la heroicidad. Atrás quedaba un primer tiempo de signo atribulado, pero el Levante fue capaz de mutar su imagen durante la reanudación de la cita ante el Athletic. Cada minuto del capítulo definitivo parecía rearmar al grupo que prepara López Muñiz desde el banquillo. Ese refuerzo anímico sobre el verde tuvo su traslación sobre la grada. La masa de Orriols creía en gesta y lo demostraba aumentando el voltaje de sus ánimos. Su actitud fue consecuente con esa idea. El latido del corazón del feudo azulgrana palpitaba con fuerza. Abajo los futbolistas se expresaban con mayor intensidad y también con mayor emoción. El cuero corría sobre la superficie del verde. Las botas de Campaña crecieron. Todos los miedos del primer tiempo quedaron arrinconados. El Levante generaba dudas a su adversario, principalmente atacando los costados con decisión. Por la periferia la sociedad levantinista encontró agujeros por los que cercar el perímetro defensivo defendido por Arrizabalaga. El balón buscaba la pierna izquierda de Ivi y las pulsaciones de Morales. Su condición de defensor, incrustado en el lateral derecho, tras la permuta que significó el relevo de Shaq en el entreacto de la cita liguera, no le alejó del área rival. Su esfuerzo era titánico. El Levante volvió a creer. Su mente se liberó.

El Athletic dio dos pasos sobre sí mismo para guarecerse en un intento por defender el gol conquistado por Aduriz en los minutos iniciales. El Levante logró rebelarse ante el signo de las dificultades. Su pisada era más vigorosa y determinante. Había cierto vértigo en sus manifestaciones. Orriols lo entendió y entró en sintonía para escenificar ese movimiento de subversión. Entre Laporte y Ünal Enes firmaron la igualada. Ivi había entrado en acción para desequilibrar desde el perfil zurdo del ataque local. Ivi generaba desasosiego sobre su oponente. Esconde fundamentos para el desequilibrio. El feudo granota soñó con la remontada. No parecía una quimera, pero la sensación de frustración fue realmente monumental y el coliseo de Orriols cayó preso del abatimiento. La disciplina del balompié puede llegar a ser despiadada en sus demostraciones. Todo aconteció con celeridad. Williams pisó el área de Oier y acarició el esférico sobre la entrada de De Marcos. Su centro chocó en las botas de Postigo para confundir al arquero vasco. La desgracia se cebó con la entidad blaugrana.

La acción marcó el desarrollo final de la confrontación. En plena amenaza de ciclogénesis activa sobre la Península Ibérica, la borrasca pareció materializarse sobre Orriols en la epifanía de la confrontación. Un despeje contundente se convirtió en el prólogo de la diana conseguida por Aduriz. El atacante forcejeó un balón llovido del cielo con Postigo que acabó con el colegiado apuntando en dirección hacia la pena máxima. El veterano ariete no erró desde los once metros para agrandar su imagen de bestia negra de la institución levantinista. El Levante comenzó el partido aturdido. Era el minuto cuatro de la cita y el duelo nacía bajo el signo de la angustia. El Levante parecía volar con la inconsistencia de una hoja mecida por el fuerte viento. Fue una constante durante en capítulo inicial, si bien la aparición de Boateng propició una primera aproximación que resolvió con majestuosidad Arrizabalaga tirando de reflejos felinos. Quizás fue un aviso de todo lo que podía suceder en la reanudación. El Levante rompió el corsé que le oprimió y desafío una remontada ajada de manera desventurada.