El 29 de octubre de 2024 la DANA arrasó amplias zonas de la provincia de Valencia y dejó una huella que todavía duele. Un año después, cinco voces —un bombero, una joyera y su hija, una vecina que perdió a su tía, el tío de una desaparecida y un grupo de mujeres migrantes acogidas por una congregación— reconstruyen en primera persona aquella noche de rescates, desolación y comienzos de reconstrucción.

Sus testimonios —entre el esfuerzo de los equipos de emergencias, la angustia de las familias que aún buscan respuestas y la resiliencia de quienes vuelven a empezar— trazan el mapa humano de una catástrofe que costó la vida a 229 personas en la provincia de Valencia.

“Nunca habíamos visto algo así”

El bombero del Parque Sur de València Jorge Ondo, que fue movilizado la noche del 29 de octubre de 2024 y actuó en las emergencias los días posteriores. EFE/Miguel Ángel Polo.
El bombero del Parque Sur de València Jorge Ondo, que fue movilizado la noche del 29 de octubre de 2024 y actuó en las emergencias los días posteriores. EFE/Miguel Ángel Polo.

A las 20.11 horas de aquel 29 de octubre sonaron las alertas. En el Parque Sur de Bomberos, Jorge Ondo recuerda el momento exacto en que comprendieron que no era una tormenta más:

“En cuestión de minutos, los avisos se multiplicaron. Había coches flotando, gente pidiendo ayuda desde las azoteas… Nunca habíamos visto algo así.”

Durante horas, los equipos de rescate trabajaron sin descanso, guiados por los destellos de los focos y el rugido del agua. “Veías miradas de miedo, pero también de alivio cuando conseguíamos sacar a alguien.

“Íbamos con embarcaciones a remo; antes de llegar ya estaba todo anegado”, relata. Su equipo realizó rescates acuáticos en superficie, entre corrientes y obstáculos invisibles bajo el agua. “Nos llamaron por una chica atrapada en la gasolinera Forn d’Alcedo. He pasado por ahí mil veces y parecía una escena dantesca”, explica.

«Esa noche aprendí que la vida cabe en una mano extendida”, añade. Al amanecer, el silencio cubría las calles. El agua bajaba, pero la magnitud del desastre apenas empezaba a entenderse.

El corazón de Paiporta bajo el agua

En la imagen Consuelo, junto a su hija Mónica, en su joyería. Foto: EFE/KAI FÖRSTERLING
En la imagen Consuelo, junto a su hija Mónica, en su joyería. Foto: EFE/KAI FÖRSTERLING

En Paiporta, la joyería Tolmo amaneció bajo un metro de agua. Consuelo y su hija Mónica aún pueden ver aquella imagen cada vez que bajan la persiana: “Cuando entramos, no sabíamos por dónde empezar. Todo el esfuerzo de una vida estaba en el suelo, cubierto de barro y silencio.”

“De la joyería entraba y salía el agua como un tsunami. Perdimos la ilusión, el trabajo de 25 años”

Por si fuera poco, tras el desastre comenzaron los saqueos. Ambas propietarias tuvieron que hacer guardia varias noches para evitarlos. Su imagen frente al escaparate arrasado dio la vuelta a España.

Durante semanas limpiaron, catalogaron lo poco que quedaba y, poco a poco, reconstruyeron su negocio. Hoy el local luce nuevo, pero el recuerdo permanece. “Reabrir fue una forma de decir que seguimos aquí. Que la DANA no nos quitó las ganas de vivir ni de luchar.”

Una casa reconstruida, pero vacía

Mari Camen junto a su marido. EFE/Kai Försterling
Mari Camen junto a su marido. EFE/Kai Försterling

En otra calle del municipio, Mari Carmen contempla la vivienda donde vivía con su tía, una de las víctimas mortales. Las paredes recién pintadas esconden el vacío que deja la pérdida. Los muebles, las fotografías y los recuerdos quedaron bajo el agua. “Es difícil explicarlo… todo lo material se repone, pero los recuerdos no”, dice, mirando al cielo con serenidad.

“La casa está arreglada, pero no es la misma. Falta ella, falta todo.”

Con la llegada de nuevas lluvias, el miedo persiste: “Vivimos con una espada de Damocles sobre la cabeza. Si vuelve a pasar, no sé si tendremos fuerzas para levantarnos otra vez”.
Pese a todo, no quiere marcharse de Paiporta: “Aquí nací, aquí me crié. Son mis raíces”.

Mari Carmen confiesa que la herida emocional “sigue supurando día a día”: “Esto no está curado, ni lo emocional ni lo material”. Y sobre las responsabilidades, es tajante: “Desde aquí hasta arriba, tendrían que haber caído todos. No tienen dignidad”.

La búsqueda que no cesa

Ernesto Martínez, tío de Elizabeth Gil, una de las tres personas desaparecidas por la dana cuyos cuerpos todavía no han sido recuperados / EFE
Ernesto Martínez, tío de Elizabeth Gil, una de las tres personas desaparecidas por la dana cuyos cuerpos todavía no han sido recuperados / EFE

En Alzira, Ernesto Martínez sigue pidiendo respuestas por su sobrina Elizabeth Gil, desaparecida aquella noche. “Elizabeth y su madre grabaron su propia muerte en directo. Su coche flotaba como un barco sin timón”, lamenta.

Elvira, la madre, fue hallada doce días después. “Sabemos dónde ir a llorarle y llevarle flores. Pero a mi sobrina, no”, dice con voz contenida. Aún mantiene la esperanza de encontrar sus restos y confía en la justicia: “La jueza nos ha devuelto la fe. No tiraremos la toalla. La lucha solo acaba de empezar”.

“Lo peor es no saber. No hay nada más doloroso que no poder cerrar el duelo”, explica.

La familia ha reclamado transparencia en la investigación y responsabilidades por los fallos en las alertas. “Queremos justicia, pero también que nadie más viva algo así. La DANA no puede repetirse por negligencia humana”, subraya.

Refugio y nuevos comienzos

La coordinadora en València del Área de Hospitalidad del SJM, Lorena Fababú (d), y Yolanda Rojas. Foto: EFE/MANUEL BRUQUE
La coordinadora en València del Área de Hospitalidad del SJM, Lorena Fababú (d), y Yolanda Rojas. Foto: EFE/MANUEL BRUQUE

Entre las muchas historias que dejó la tormenta están las de quienes lo perdieron todo y encontraron una nueva oportunidad. Un grupo de mujeres migrantes, acogidas por una congregación religiosa tras quedar sin hogar, recuerda el miedo de aquella noche y la esperanza que vino después.

En el corazón de València,  Yolanda, Carmen, Alejandra, Khadija y Josselyn, entre otrasm rehacen su vida gracias al Servicio Jesuita a Migrantes.

“Pensamos que no saldríamos vivas, pero luego llegaron las manos que ayudaron. Aquí aprendimos que después del agua también llega la vida.”

“Todavía se reparten comidas diarias, hay gente que no llega a fin de mes”, explica Lorena Fababú, coordinadora del programa. “Estas mujeres lo perdieron todo y ya vivían en situaciones muy precarias. La DANA solo destapó esa realidad”.

Yolanda, colombiana, perdió a la mujer a la que cuidaba en Paiporta: “Han sido ángeles para mí, aquí no me falta nada. Aprendí a volver a empezar”, dice emocionada. Carmen, por su parte, aún no ha podido reencontrarse con su hijo, que fue evacuado hasta Perú. “Ni siquiera sé cómo sobreviví”, cuenta con la voz rota.

Para ellas, la solidaridad fue el salvavidas. “Nos tendieron la mano cuando más lo necesitábamos”, resume Yolanda. En cada palabra hay duelo, pero también resiliencia.

Estas cinco historias reunidas aquí no son relatos aislados: forman parte de una memoria colectiva que exige verdad, reparación y prevención. Entre la búsqueda de desaparecidos, las denuncias por la gestión de la emergencia y los procesos de reconstrucción material y emocional, persiste una misma demanda: que las lecciones aprendidas se traduzcan en medidas efectivas para que no vuelva a repetirse.

Mientras tanto, los testimonios de los que rescatan, de los que perdieron todo y de los que han encontrado una segunda oportunidad gracias a la solidaridad siguen siendo la brújula para orientar la respuesta pública y el consuelo comunitario.