
Hace doce meses, una riada histórica atravesó l’Horta Sud con una violencia inesperada. En apenas horas, barrios enteros quedaron sepultados bajo el agua de la DANA, decenas de vidas se perdieron y miles de familias vieron su futuro dar un vuelco.
Hoy, Catarroja, Torrent, Alfafar y Massanassa, algunas de las localidades más golpeadas, recuerdan aquella jornada mientras tratan de recomponer su día a día. Sus alcaldes han convertido la experiencia en un llamamiento firme, si cambian los fenómenos meteorológicos, también debe cambiar la respuesta institucional.
Catarroja: una ciudad que aún cura sus heridas
La alcaldesa Lorena Silvent revive la noche de la DANA como un punto de inflexión absoluto: “El agua entró sin avisar, sin alertas activas, sin margen para reaccionar”.
La tragedia dejó 25 fallecidos y un pueblo paralizado. Refugios improvisados, vecinos ayudando a vecinos, edificios convertidos en centros de emergencia y una administración municipal desbordada, aunque presente desde el primer minuto.
Un año más tarde, la recuperación avanza, pero a un ritmo más lento del deseado. Persisten averías en fincas, aparcamientos inutilizados y obras pendientes. A la vez, Catarroja impulsa tecnología de alerta temprana, cámaras, megafonía y sensores fluviales.
“Somos administración y damnificados a la vez”, insiste Silvent. “La tragedia nos obliga a reinventarnos, pero necesitamos herramientas y flexibilidad. Nadie está preparado para gestionar un desastre con los recursos de un día normal”.
Torrent: la imagen del agua con olas

En Torrent, la voz de Amparo Folgado se quiebra al recordar el estado del barranco de La Horteta: “Era un río furioso, con olas enormes arrastrando coches como juguetes”.
El Ayuntamiento activó el plan de emergencia, cerró parques y colegios y avisó por todos los canales posibles. Aun así, once personas murieron. El municipio habilitó albergues y recibió ayuda de toda España.
Hoy, Torrent refuerza vigilancia en zonas de barrancos e insiste en la necesidad de actuar sobre los cauces. La alcaldesa lo resume así: “Cuando el agua baja, ya es tarde para improvisar. Necesitamos coordinación real y obras ya”.
Alfafar: tres días aislada del mundo
“Vivimos tres días atrapados, incomunicados, dependiendo de nuestra gente”, recuerda Juan Ramón Adsuara, alcalde de Alfafar. Agricultores abrieron pasos, ambulancias locales actuaron sin descanso y los vecinos formaron una cadena de supervivencia.
La decisión temprana de cerrar escuelas el día de la DANA evitó un escenario aún más dramático. Hoy, el Ayuntamiento continúa reforzando infraestructuras, protocolos y también el apoyo emocional: “Cuando llueve fuerte, la ansiedad vuelve” comenta el alcalde. “La reconstrucción física es medible. La emocional, no. Y ambas son igual de necesarias”.
Además, los municipios de la comarca han establecido un protocolo conjunto:
alerta naranja, colegios cerrados; alerta roja, comercios también.
Massanassa: reconstruir una ciudad… y su ánimo
En Massanassa, donde murieron 12 vecinos, el alcalde Paco Comes gestionó la emergencia desde su cama de hospital tras un accidente. “Fue la impotencia más grande de mi vida”, confiesa.
El pueblo entero respondió: miles de coches retirados, decenas de familias realojadas y barrios limpiados en tiempo récord. Ahora, los proyectos de reconstrucción avanzan, aunque las leyes y los tiempos administrativos siguen siendo un muro difícil de derribar.
Massanassa ha decidido ir más allá y crear una Concejalía de Emergencias y Reconstrucción, una apuesta pionera. El objetivo: preparar al municipio para un clima que ya no es el de antes.
Una comarca que aprendió la dureza del agua
A un año de la DANA, l’Horta Sud avanza con dignidad y cautela. El homenaje a las víctimas convive con obras, proyectos, estudios y un sentimiento común: la prevención ya no es un debate, es supervivencia.
Los alcaldes coinciden en tres ideas esenciales, que las ciudades no pueden enfrentar solas fenómenos extraordinarios, la coordinación entre administraciones debe ser automática y la emoción también se reconstruye, no solo el cemento.
Porque el dolor no se borra y las cicatrices, visibles e invisibles, siguen recordando aquel día en que el agua arrasó vidas, calles y certezas.
“No podemos volver a llorar por culpa de expedientes, plazos y permisos. La vida va antes.”
La comarca mira al cielo con respeto, pero también con determinación: nunca más desprevenidos. Nunca más tarde. Nunca más solos.


