
Hace un año València latió más fuerte que nunca. Una de esas historias de latidos es la de Abigail. Ella, nada más pasar la desgracia, quiso ayudar y buscó cómo unirse a la ayuda. “Me metí en un grupo de Telegram con 19 personas y contacté con Luisa, la responsable. Quedamos en venir aquí, a La Rambleta, y el primer día fuimos directos al barro”, recuerda.
A las pocas horas, aquella pequeña red solidaria se transformó en un movimiento imparable: «Al día siguiente vine pensando que seríamos 30 o 40, pero cuando llegué a la plaza había 300 personas. De repente alguien dejó un brick de leche y aquello se multiplicó. Todo el barrio empezó a traer cosas. Fue emocionante».
Abigail no conocía a nadie, pero se hizo cargo de coordinar a los voluntarios. “Luisa me dijo: ‘¿Te puedes hacer cargo tú?’ Y así empezó todo. La Rambleta nos abrió sus puertas, y si no hubiera sido por eso, no sé qué habríamos hecho. Me emociono todavía al recordarlo”.
“El 31 de octubre abrimos las puertas: había que hacerlo”
La directora de La Rambleta, Rocío Huet, recuerda que todo comenzó el 31 de octubre, un día después de la tragedia.
«El día 30 no abrimos, había alerta roja. Cuando llegamos el 31, toda la plaza estaba llena de voluntarios. Era impresionante verles cruzar hacia las zonas afectadas y volver destrozados, cubiertos de barro. En ese momento decidimos: hay que abrir las puertas».
Lo que empezó como un gesto básico —prestar baños y cargadores— se convirtió en un centro de operaciones solidario: «La Rambleta pasó a ser, durante casi dos semanas, un centro de organización de voluntarios. Nosotros solo ayudamos, pero fueron ellas, un grupo de mujeres valientes, las que lo lideraron. Se organizaron solas, con una eficacia y una generosidad admirables».
“Parecía un caos, pero era un caos muy bien organizado”
Dentro del espacio cultural, la ayuda tomó forma. “Dividimos toda la plaza: agua, leche, productos de limpieza, cepillos… todo estaba perfectamente organizado”, explica Abigail. «Pedíamos EPIs, montábamos equipos, recibíamos donaciones, hacíamos listados de pueblos a los que se podía llegar andando. Era un caos, pero un caos muy bien organizado«.
El movimiento creció con la llegada de 120 ciclistas que recorrieron los caminos impracticables con mochilas cargadas de comida y agua. “Los tres primeros días no se podía entrar con coches, y ellos fueron esenciales. Gente de Picassent y Paiporta vino a darnos las gracias porque, sin ellos, no habrían tenido ni agua ni comida”.
Los voluntarios eran de todas las edades y lugares. “Venían jóvenes de toda España, algunos dormían en los coches o en bancos. Se cogieron vacaciones solo para ayudar. Fue un ejemplo de solidaridad impresionante”.

“Rambleta fue testigo de una ola de generosidad frente a la inacción”
Rocío Huet lo resume con emoción: «Rambleta fue testigo de un movimiento ciudadano que actuó de forma absolutamente generosa y sin límites frente a la inacción de la administración. Aquí nadie preguntaba a quién ayudaba: se repartía puerta a puerta, comida, productos de limpieza, esperanza».
Durante esas semanas, los trabajadores del centro también se implicaron. “Hicimos voluntariado, limpiamos las duchas cada vez que alguien las usaba, llegamos a hacer más de 300 duchas al día. Era imposible quedarse al margen de algo así”.
“La Riada Silenciosa: el documental que inmortalizó la solidaridad”
Aquellos días fueron tan intensos que merecían ser contados. Desde La Rambleta nació el documental “Voluntarios, la riada silenciosa”, que recogió horas de grabaciones, testimonios y emociones. «Empezamos a grabar porque estábamos siendo testigos de algo único», explica Rocío.
“Un grupo humano totalmente desinteresado, que se organizó espontáneamente para ayudar a los que lo habían perdido todo”.
Abigail confiesa que verla reflejada en el documental fue abrumador: «Está hecho con mucha delicadeza, con excelencia, mostrando la parte humana de los voluntarios. Nadie venía aquí para salir en la tele. Venían a mancharse de barro, a dormir en un banco, a ayudar. Fue impresionante».
“Un año después, aún queda mucho por hacer”
Aunque ha pasado un año desde la DANA, Abigail insiste en que todavía quedan heridas abiertas: «Hay muchos bajos sin limpiar, gente que no ha podido salir de sus casas. Conozco personas con movilidad reducida que siguen encerradas porque sus ascensores no funcionan. Eso es una urgencia. Por favor, que los arreglen ya».

Rocío coincide en que la memoria es imprescindible: «Es algo que no debe olvidarse. La trágica experiencia debe servir para que no se repita. No podemos controlar el clima, pero sí poner todos los medios para que una tragedia así no vuelva a ocurrir».
En La Rambleta, hoy convertida en símbolo de la solidaridad valenciana, aún se percibe la huella de aquellos días. “Éramos una piña. Gente que no se conocía de nada y acabó siendo una familia”, dice Abigail.
Y Rocío concluye: «La DANA nos enseñó que la cultura también puede ser refugio, que un centro como La Rambleta puede ser mucho más que un teatro: puede ser el corazón de una ciudad cuando más lo necesita».











